De la gauche divine al Partido de los Ciudadanos pasando por Bocaccio (I)

Quatre Gats

En España, queremos decir en Madrid y Barcelona, el intelectual auténtico, el intelectual que quería ser conocido y reconocido como tal, no como fuerza de trabajo esclavizada y puesta al servicio del sistema de producción/explotación capitalista, tuvo siempre el bar-café de velador parisino, picassiano y cubista como fonda y caverna platónica; el bar-café le proporcionaba los recursos imprescindibles o mínimamente necesarios para vivir y sobrevivir en medio de una sociedad irremediable e impúdicamente sumisa e inculta: tertulia y partida de mus de las tres de la tarde a las tres de la mañana, hora de barrenderos y puticlistas de acera, pero sobre todo un escenario y un escaparate para sus actuaciones, amén de copistas, admiradores pasmaos y víctimas agradecidas de sus sablazos. El zaratustra de las Ramblas y el Barrio chino, lo mismo que el del Rastro y sus aledaños, era indefectiblemente de izquierdas. Gracias a su prosodia de rapsoda, siempre tieso y jalamío, declamaba, recitaba y pontificaba desde la distancia y la altura que sólo la autoridad intelectual y moral confiere. Enemigo irreductible del trabajo productivo y la disciplina esclavizante, amén de miembro vitalicio de la gloriosa Hermandad del Tuberculoso pobre, el hombre superhombre español vivía y moría aferrado a la ilusión de cambiar la sociedad mediante la palabra, no con la acción y el esfuerzo.
Cuando, coincidiendo con las primeras y más tenues luces de la Transición, entraron en decadencia los centenarios y otrora ilustres cafés situados Rambla abajo —estamos en la Barcelona de los primeros años setenta del muy historiado siglo XX—, unos cuantos intelectuales de pipa, yerba y cartapacio, arracimados en torno a un gurú tan dado al leisure creativo y tan poco severo como Carlos Barral, siempre con el mismo ejemplar de le Monde diplomatique desplegado y visible, decidieron buscar nuevo y mejor acomodo en algún local, fuera pub, puticlub o discothèque, de la parte alta de la ciudad para seguir escenificando allí sus tertulias al amor de la priba, el chute y el trago, el trago y el chute. Así fue como el prestigioso y lamentablemente interfecto poeta, escritor y editor de espiritualizado esqueleto y creativo cacumen fue a parar a Bocaccio. Había muerto la izquierda cutre o cutricélida y había nacido la gauche divine, a la que, desde entonces y sólo de Perpiñán y Andorra para abajo, Pájaro bobo prefiere llamar izquierda exquisita o izquierda de armiño.

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