Espíritu dialogante versus lealtad


A los políticos: de Vidal-Quadras a Pujol ben Gurión pasando por Rodríguez Zapatero

Entre los políticos y no políticos de la Gran Fenicia de Poniente con sede en la Barceloneta, vora al mar de la Sargantana, es norma exigir, a toda costa y por todos los medios, un espíritu dialogante como condición única e inexcusable para iniciar lo que ellos llaman diálogo y en realidad es siempre una transacción. Que nadie intente siquiera convencerlos de que el punto de partida de toda actividad política en un marco democrático, ya definido, es la lealtad, una lealtad que, por su misma naturaleza, lleva implícita una declaración de principios. No va a conseguirlo. Eso no es tener espíritu dialogante, eso es querer imponer las ideas de uno, eso es fascismo. Y, efectivamente, quienes así hablan y así actúan tienen razón. La lealtad asentada en una declaración de principios es una imposición que, en rigor, nadie está obligado a aceptar. Por lo demás, planteadas así las cosas, los fenicios tienen ventaja, están en una situación de superioridad, pues la mayoría pierde su fuerza y la minoría se impone inexorablemente  por ser más activa, menos escrupulosa, infinitamente más inteligente siempre que se identifique la inteligencia con la perfidia.
Tres preguntas ingenuas e intempestivas
¿Hay que tener espíritu dialogante con los que piden espíritu dialogante como punto de partida y condición única y omnivalente de la actividad política?
¿Qué queda del marco democrático si se acepta esa condición o, más exactamente, esa mposición?
¿Qué es o debe ser primero: el diálogo o la lealtad?
Be water, my friend…

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