Tareas hogareñas, obligaciones familiares

Llegado a esa edad de la vida en la que el ser humano se acerca poco a poco a las estrellas, Pájaro bobo tiene a su cargo tareas hogareñas como llevar las cuentas, planificar y realizar chapuzas y zarandajas varias, pero, ante todo y sobre todo, obligaciones familiares como prever y proveer la manutención y el estipendio de sus hijos, Ana y Miguel, máxime ahora que están lejos de casa. Su doctrina es: ellos que se concentren en sus libros, y él se cuidará de la intendencia con todos los suministros, las provisiones y las herramientas que necesitan para poder vivir y estudiar sin quebrantos ni sobresaltos. Ni para ellos ni para sus padres.
Atavismos aparte, Pájaro bobo confiesa que disfruta haciendo montoncitos y distribuyendo participaciones, a las que ahora llaman shares o cuotas, entre los beneficiarios en calidad de aconductats. Cada uno aporta de acuerdo con sus posibilidades y recibe de acuerdo con sus necesidades, principio de justicia distributiva a escala social que aprendió, primero, de los Maristas y, después, de los marxistas. Él lo aplica a la economía [en griego, ley de la casa], pero lamentablemente aquí el que parte y reparte se queda siempre con la peor parte, aunque, a decir verdad, él está de acuerdo y le gusta que sea así.
En realidad, lo suyo, lo verdaderamente suyo, son las chapuzas caseras, para las que ha elaborado y desarrollado un sistema de planificación y actuación basado en el orden y la transparencia. Todo programado y por estampas. Todo con orden y por escrito. ¿Con las manos limpias? No, con las manos sucias.
En términos de tiempo y entrega, su experiencia aquí se aproxima a los treinta años con un presupuesto total millonario por acumulación. Y aún no ha terminado. En todos los casos, él asume el mando en primera persona, nunca lo delega, y se busca los colaboradores, llamados subalternos, a los que ya en el primer momento entrega una lista, o las que haga falta, de sus tareas respectivas y, cuando procede, del proyecto general. Los colaboradores-subalternos detestan las listas; a las primeras de cambio, las rompen o las hacen desaparecer, aunque también es cierto que después se las piden para extender la factura o las facturas. En cualquier caso, él hace de chico de los recados, utillero, operario, maestro de obras y, cuando se trata de obras y necesidades mayores, de ingeniero, pero sobre todo de contable y pagano. Su norma es pagar religiosamente al contado y controlarlo todo. Descontados berrinches, soponcios, broncas, trampas y sisas de diversa índole y cuantía, el balance total es positivo en términos de rentabilidad y renta, hasta el punto que alguien ha dicho de él, con toda la razón del mundo [y con total injusticia], que es un explotaor y un usurero.
Pájaro bobo se cuida además de otras mil tareas relacionadas con el hogar, pero no quiere saber nada de la cocina. Él dice que se lo tiene prohibido el médico, pero no es cierto. Lo que ocurre es que el hombre pertenece a una de esas generaciones a las que frailes, curas, militares y entrenadores de fútbol inculcaron —malévolamente — la errónea y despótica idea de que la cocina y todo lo relacionado con ella eran cosas de mujeres. Y ahí sigue. Para colmo, al pobre le molesta no sólo hablar y oír hablar de comida sino incluso comer.
De acuerdo con sus palabras, Pájaro bobo defiende sus obligaciones por dos razones: porque es su obligación y porque está convencido de que, si flaquea y baja la guardia, superinos, subalternos, adláteres y demás seres aconductats se lo comerán vivo.
Y es lo que él dice: ¿qué será de ellos cuando se lo hayan comido vivo?

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