El genio y el éxito

Picasso es un caso excepcional por muchos conceptos. Genio de la pintura y el dibujo, pero, por encima de todo, trabajador incansable, tanto con el lápiz como con el pincel y la brocha. Analfabeto en dos lenguas y una semilengua, era, según el decir de alguien que le conoció tanto como Gertrude Stein, un vivillo. Representante del genio español y español de la gorra, como Baroja, Buñuel, Gustavo Bueno y, a pesar del hecho diferencial, José Pla el murri, Picasso, en vez de crear ex nihilo, como se dice que corresponde al genio, se servía casi siempre de cosas ya existentes y externas a modo de estímulos y puntos de partida. En ese sentido, su modus operandi es más propio de un hombre con talento que de un genio. Aun así, su aportación, en cuanto enriquecimiento del arte —técnicas, recursos y obra acabada—, es infinitamente superior, cuantitativa y cualitativamente, a la de la inmensa mayoría de los genios consagrados como tales a lo largo de la historia.

Es sabido que Picasso conoció el éxito y que, con el paso de los años, su arte se adocenó.

Por lo que Pájaro bobo sabe, el pintor malagueño no puso en práctica la fórmula que alguien le atribuyó: «Me gustaría tener tanto dinero como para poder vivir igual que un pobre».

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