CIUDADANOS: Juventud, Ilustración e internet

En una sociedad como la catalana, dominada aquí y ahora por partidos políticos empeñados de por vida en sustentar, impulsar e imponer una supraideología con manifiesta vocación totalitaria, ni confesada ni desmentida, es de agradecer, al menos desde una perspectiva ético-política, que un ciudadano joven se desnude en público y, adoptando el estado de naturaleza como única vestidura y credencial, decida romper el cerco partitocrático con audacia e ingenio y lance su mensaje, denunciando, de una parte, los abusos de los representantes y beneficiarios del establishment y, de otra, proclamando que aún merece la pena luchar por la libertad y, en un contexto más concreto y actual, por una sociedad abierta.

Si en un primer momento el joven rebelde e iconoclasta (destructor de iconos) y sus conmilitones fueron ignorados en bloque, con más animadversión que perspicacia, por los brokers de nuestro parqué parlamentario, ahora ya están capitaneando una mayoría silenciada, no silente, que hasta estos momentos no contaba con otra manera de manifestar su disconformidad que la abstención.

A esa mayoría, fundamento de una sociedad formada por dos comunidades sociolingüísticas que, cuando y donde les es permitido, viven y conviven sin tener en cuenta las barreras impuestas por los servidores de la supraideología dominante, pertenecen lógicamente muchos de los seguidores y votantes de la nueva y joven formación, una formación que, por ese mismo motivo, tiene infinitamente más de social que de política.

Y si es cierto que, gracias a su origen y su estructura organizativa, la nueva formación consiguió sobrevivir en un primer momento sin tener acceso franco e igualitario a los medios de comunicación convencionales, también lo es que las limitaciones de semejante situación obligaron/ayudaron a sus dirigentes a agudizar el ingenio y desarrollar un sistema de comunicación y difusión basado esencialmente en internet y reforzado con el teléfono móvil, sistema que, a decir verdad, desde hace tiempo es propio, cuando no exclusivo, de la juventud intelectual y socialmente más activa.

A ella, en cuanto colectivo, va dirigido fundamentalmente el mensaje programático y electoral de este corredor olímpico que, tras declararse hijo de la Ilustración, defiende la condición del ciudadano como persona adulta y su inalienable y democrático derecho a decidir libremente sobre sus actos.

Dado el éxito alcanzado por estos muchachos en su primera comparecencia electoral, es lícito e incluso lógico pensar que los partidos ya implantados en nuestro espacio geográfico van a actualizar sus tácticas y sus estrategias, lo que en definitiva afectará a la concepción general de las campañas electorales y su planificación. No es ningún secreto que nuestra sociedad, impulsada, cómo no, por la juventud, avanza de manera vertiginosa e incontenible hacia esa otra forma de globalización que se ha llamado la galaxia Internet.

Mientras tanto debemos tener en cuenta que toda sociedad abierta —y la nuestra pretende serlo— está sometida al acoso persistente e implacable de quienes, en su deseo de desnaturalizarla y subvertirla, se empeñan en suplantar el cumplimiento de la ley con la adhesión ostentosa, impúdicamente servil, a la ideología dominante, que, como está escrito, siempre ha sido la ideología de la clase dominante. Eso es lo que —dolosamente— se nos recomienda, se nos pide y/o se nos exige si queremos pertenecer al selecto club de las personas de orden y gozar de sus privilegios. De lo contrario, pasaremos a formar parte del lumpen de los marginados y los indeseables, a los que ahora —risum teneatis— se llama también fascistas.

Si la libertad individual en cuanto empeño y conquista responde a los imperativos de ser, pensar y actuar, una línea del pensamiento occidental que va de Aristóteles a Hannah Arendt nos enseña que el ser humano en cuanto animal social se realiza en el ámbito de la actividad pública. Cuando eso ocurre, asistimos a una prodigiosa transmutación y una más que gratificante epifanía en forma de ecuación casi matemática, pues entonces «el pensamiento es la acción» (der Gedanke ist die Tat).

Derechos democráticos y por lo tanto iguales, sin privilegios ni penalizaciones, para todos los ciudadanos y vigencia real y efectiva de la Constitución de 1978, pilar del Estado de Derecho y marco de toda actividad democrática en una sociedad abierta, son posiblemente los conceptos nucleares de un mensaje dirigido a sectores de nuestra sociedad hasta ahora marginados y, paradójicamente, instrumentalizados. Su objetivo último y más noble es sin duda que los integrantes de esos sectores sociales tengan no sólo voto sino también, y sobre todo, representación propia; una representación propia responsable y leal.

Y si ése es el mensaje del joven rebelde e iconoclasta y sus compañeros de cordada, la moraleja podría consistir en recordarnos que hasta ahora nadie ha conseguido engañar a toda una sociedad durante todo el tiempo, mientras que a mí, personalmente, ese mensaje y esa moraleja me traen, con la imagen de mi padre, la esperanza de ver el fin de una situación que, a decir verdad, tiene mucho de muerte civil.

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